La violencia y sus bemoles

Requiém poético

                                             "La poesía que vuelve como la aurora y el ocaso"
                                                       Jorge Luis Borges


-¡Tontita, no te resfries!

La voz resuena en sus oídos y se toma la cabeza entre las dos manos.
-¡Tontita, no t resfries! - se recuesta por la pared y se saca las lágrimas con el dorso de los dedos de su mano izquierda. Una dama elegantísima s edoría durante el concierto. Cuando el violín dejaba de sonar, un joven levantaba algo su cabeza y cuando resonanban las notas, ésta regresaba a su lugar de adopción, el hombro de su novia. Otros jóvenes con el pelo largo, recogido en una coleta, cuchicheaban detrás de las personas sentadas en la penúltima fila. Ella por su parte, intentaba seguir la melodía. Se sentía triste y tonta, además tenía sueño.

No era ese sueño que es la vigilia y que sueña con soñar como bien lo describiera Borges.Era un sueño como horrible ausencia de sí misma entre quienes están despiertos. Ella observaba al auditorio y sentía en su cerebro, aquella frase que le horadaba:

-¡Tontita, no te resfries!
Sentía frío, el silencio estaba presente aunque se oían los cuchicheos de los jovenes en la última fila. Lentamente, sintió el rubor subiendo en sus mejillas. La sobresaltaron los aplausos y la gente que s eretiraba del teatro. Ella volvería a sus revistas, a, los desfiles de moda, a las sesiones de fotografía. Prefería guardar sus palabras en su garganta, le parecía que era mejor sentir lo que acontecía, que decirlo.

Sabía que son más apreciadas las mujeres calladas y complacientes que se entregaban a la alegría del otro, sin importarles su propio gozo en la plenitud de su piel. esperaba algún día, que la grandeza y la belleza del orden le llegara sin previo aviso, como una especie de estrategia de sobrevivencia.

-¡Tontita, note resfries!

Los requisitos de su bienestar se reducían al perfume de moda y la colección del diseñador más requerido en su guardarropa. ella parecía siempre contenta. Pero nadie sabía que ella veía en el día o en el año un símbolo de los días del hombre y de sus años, como leyó en los versos de Borges. Comenzó a inquietarse, caminaba de un lado a otro, yendo y viniendo; iba mirando por todas partes, temerosa y nerviosa.Sentía  el frío de la brisa que entraba por la ventana abierta y que obligaba a las cortinas a danzar en un ritmo frenético y desordenado. escuchaba en su interior una voz que le repetía sin descanso:

- ¡Tontita, no te resfries!

Caminaba descalza por el piso desnudo con la angustia impregnada en sus movimientos y gestos. se casó a los viente años con un exitoso director de orquesta. Él era erudito. fueron muy felices los primeros diez años de una relación despareja, donde ella era una mujer sumisa y sonriente que satisfacía hasta las mínimas necesidades de su esposo. Ese día soleado y fresco, ella le confeso:

- Me gusta la poesía de Borges

Él, con una sonrisa colmada de fina ironía, le respondió:

-¡Tontita, no te resfries!- mientras s eacercaba a cerrar la ventana abierta del noveno piso donde vivían. la habitación estaba colmada por los rayos del sol. ella todavía guarda en su retina la imagen de un cuerpo desparramado sobre el negro pavimento.
(Publicado en "Junto a la ventana" Servilibro, 2003)

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