La pandorga

La voz  le seguía hablando, despacio con una mano apartó un insecto que intentaba posarse en su oreja izquierda. Quiso levantar su mano derecha,  pero permaneció en su lugar inmovilizada por una rigidez extrema. Movió los ojos, giró la cabeza y  su mano izquierda dibujó figuras estrafalarias al rotar interna y externamente. Las palabras fluían de su boca como un surtidor libre. Sin embargo, no se podía interpretar el significado exacto que tenían. Era un laberinto sonoro donde los ecos se superponían en una polifonía vibrante.

No supo en qué momento trepó por el muro de alambre tejido como un gato. Tampoco ahora  importaba eso. Sintió nauseas, un sabor ácido y corrosivo le quemó la lengua.

-         Corre, no te detengas. Le repetía, la voz, una y otra vez

El se perdía por senderos desconocidos, sentía que bostezaba una y dos veces. Un compañero, le tironeaba de las ropas, pero se zafaba de sus manos y seguía buscando la salida  con pasos zigzagueantes como un borracho. Le dolía mucho la cabeza. Unas mariposas le besaron el rostro y cerró los ojos para no lastimarse con las alas desplegadas al máximo sobre su cara. Se sumergió en sus colores y  zambulló en los recovecos del arco iris. Le pesaba la cabeza. Una nube negra pasó y la oscuridad lo abrazó con un manto grueso que no le protegía del frío.
-         Mamá. Llamó y no encontró respuesta.
La vio agitada, presurosa en los corredores que separaban a los panteones unos de otros. Ese era su trabajo, mantener limpios los corredores entre  los panteones del cementerio de la Recoleta. Deseó abrazarla. Sin aviso, un chorro verdoso escapó de su boca tapando sus fosas nasales. No se pudo limpiar la cara. Sintió  un intenso dolor en la nuca. Un ruido trepidante lo atontó. Bostezó de nuevo. Se sintió escalando una montaña. Un fino temblor le cruzó la cara. La voz, lo invitó de nuevo a trasponer el umbral.

-No puedo dormirme, tengo que estar despierto. Se dijo, en un susurro.

Vio el piso de piedras  con la mancha de sangre y el cercado de alambre tejido  que tendría como dos metros de altura. Estaba con los otros niños jugando a la pelota, cuando alguien le desafió a treparlo, a la máxima altura que pudiese. Aceptó. Recordó que sus manos como garras se prendieron de los hilos del alambre tejido, miró el cielo y vio  unas nubes, de pronto quiso pasearse en una de ellas y remontarse bien alto como una colorida pandorga.

De nuevo las mariposas lo aturdieron, sus alas le rozaron la cara y  provocaron cosquillas en el cuello. La voz  le alentó a dejarse llevar por las ondulaciones de la brisa. No supo en qué momento perdió el equilibrio. Todo se volvió negro para luego encontrarse en un sitio resplandeciente. Levantó la mano izquierda y quiso agarrar una mariposa multicolor que giraba a su alrededor, cuando se movía sentía que su estómago se revolvía. Lentamente, quiso ponerse  de pie, y de nuevo su cuerpo zigzagueó como una rama de sauce mecida por la tormenta. Un sonido agudo lo sobresaltó y todo el mundo se agitó. Una mujer descargó sobre su pecho una plancha de plástico que lo sacudió como un terremoto y lo lanzó por arriba de la cama para volver a caer, sobre el colchón.

Cuando su cuerpo dejó de vibrar, cesaron las nauseas, la estancia se llenó de una cálida luz  y distinguió de lejos a su madre que lloraba desconsolada.  Por instinto, comprendió que todos los días se encontrarían entre los corredores de los panteones donde ella trabajaba. Las mariposas se habían marchado  y en el cielo volaba una pandorga de color blanco  con flecos negros. Sonrío a su madre, y  traspuso el umbral lentamente.

    

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