“La oscuridad no se combate, se ilumina”
                                                                                    Lourdes Talavera
Un mundo fantástico son las oscuridades que habitan el interior de nuestras mentes. Mucho antes que Freud y Jung las iluminaran, en el siglo XIX, con sus análisis del subconsciente, la mayoría de las personas no reflexionaban sobre ellas. Hasta que Edison inventó la luz eléctrica, literalmente se vivía en negras tinieblas. Y no existía ningún límite entre las tinieblas físicas del exterior y las tinieblas interiores del alma. Ambas se entremezclaban. En el mundo actual, las tinieblas del exterior han desaparecido, pero las tinieblas del alma continúan inalteradas. Una parte de lo que llamamos conciencia permanece oculta en el reino de las tinieblas, como un iceberg. Esta disociación, en algunos casos crea confusión y grandes contradicciones. La novela “Tarde de abril” de Carlos Martini nos confronta con esas oscuridades interiores.

 Los personajes de Martini se mueven en una ciudad pequeña, Asunción, en los años setenta y tienen un lenguaje coloquial. Una verdad incontestable sobre los personajes en prosa es que son “un recurso de composición” según Henry James citado por Susan Sontag, en su ensayo “Estilos radicales”. La presencia de figuras humanas en la narrativa puede servir para muchos fines y uno de ellos es reconstruir o imaginar algo inanimado, un aspecto de la realidad o narrar sobre los estados extremos del sentimiento y la conciencia humanos.

En palabras de su creador, Mabel Meza, a cuarenta años de un hecho luctuoso, traumático en su existencia, con 61 años, está sola y siente que se encuentra en las fronteras de su hastío personal, más allá de sus éxitos profesionales, cuando se le aparece un fantasma de un pasado doloroso no cicatrizado. Ella asumió una opción sexual diferente y pero no ha podido o sabido encontrar la serenidad o paz interior y una pareja estable para afrontar los códigos de su sociedad. Ella no se permite mirar su propia miseria y deambula en medio de las sombras de su existencia, codeándose con los fantasmas que habitan el lado oscuro de su vida. El silencio es la salida menos costosa que la ha tenido prisionera como una presa en la trampa de las vivencias que la marcaron a fuego.
Historia que transcurre en una Asunción conservadora y pacata

La trama gira en torno a un accidente fatal que cegó la vida de Raúl, un primo suyo, hermano de Laura. Los personajes principales son jóvenes, todavía adolescentes. De alguna manera, Mabel, deposita en la memoria de Raúl una intensa carga de culpa. Ella ha vivido de manera frugal y su afecto más entrañable es su mascota, un perro yorkshire, que la besuquea y se mima como un ser humano. Además, ella confunde lujuria con enamoramiento porque más allá del amor que llegó a sentir por Laura, ese amor que comulga dos almas y dos cuerpos es un fantasma más, que mora en su oscuridad y adquiere diferentes formas. ¿Cuándo eligió Mabel esa vida monástica que la aleja de los afectos humanos y la refugia en su dolor?

 La otra protagonista principal es Laura, según el autor, ella es el cable a tierra de la novela, es la resiliente porque a pesar del horror doloroso experimentado, elige seguir adelante, aunque la vida no le brinde respuestas, pero si la oportunidad de comenzar cuantas veces, se proponga. Con su adolescencia en fuga, Laura, tiene la valentía de cerrar un capítulo, quizás vivido con la curiosidad de una adolescente, por eso decide cortar un vínculo que ya no la satisfacía. También, aparece la figura de Olga, la empleada doméstica, que conoce los entretelones de las acciones de los personajes principales y adquiere las características de las normas de convivencia moral de esos años. Me llama la atención, la marcada separación de clases sociales que describe Martini, y refleja de manera contundente el pensamiento de ese tiempo.

La “conservadora y  pacata” Asunción de cuarenta años atrás, condena a Mabel y a Laura, sobre todo a la primera, por una relación carnal entre primas. Censurada por su hermano Javier, Mabel, se recluirá más en sí misma y en sus recuerdos dolorosos. “De alguna manera tenemos que escapar de los recodos insoportables de esta travesía vital” me manifiesta Carlos Martini y me apropio de una expresión zen, que circula por las redes sociales: “La oscuridad no se combate, se ilumina”. Aristóteles, decía que la catarsis de la tragedia griega permite al espectador ver su miserabilidad humana mediante la experiencia de la compasión y el miedo que lo “castiga merecidamente”, es una metáfora, para experimentar la purificación emocional, corporal, mental y espiritual.

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