Capitulo 28, novela "Sombras sin sosiego"
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Es domingo y deambula en la mañana soleada en la búsqueda de un mercado de antigüedades, vaga por las desiertas calles mientras que en la intersección de Palma e Independencia nacional, un perro envejecido y achacoso ladra sin descanso a unos niños que duermen bajo el sopor del vaho de la cola de zapatero. Una densa oleada de aire la unge de un hálito de estupor y percibe que en la ciudad se convive con miles de fantasmas. Sonríe al recordar que las sociedades latinoamericanas se reflejan en el espejo de la paradoja; en ellas se entremezclan las haciendas y las financieras; el analfabeto funcional y el intelectual cosmopolita; el caudillo y el inversionista. Actualmente, el trabajo y la religión han sido reemplazados por la ideología del mercado, aunque algunos pensadores hayan impulsado discusiones planteando el tema de la muerte de las ideologías. En nuestros países, los partidos políticos presentan una característica esquizofrénica, el hegemónico otorga a sus miembros un sentimiento de identidad social; donde la mitad es como una orden religiosa y la otra agencia de empleos. De esta manera, los gobiernos de turno siendo los mayores empleadores. Cuando falla el sistema, como en el Paraguay, se da el éxodo masivo de personas al extranjero buscando trabajo, primero a la argentina, después a E. E. U. U. y ahora a España. La necesidad económica obliga a los paraguayos a vivir una cultura diferente.
En las plazas del Parlamento, en Asunción, todavía se extravían los ecos de numerosas voces, las de los otros; de aquellos jóvenes que experimentaron un despertar cívico y luego se hicieron trizas ante el muro del poder de turno y que culminó en un charco inmenso de sangre para el país, en un precio demasiado costoso para mantener una democracia política tejida de hechos y significados ambivalentes. Beatriz había perdido sus ilusiones pero no sus convicciones. Había leído el poema de Eliot: “Entre la vida la vida y la realidad, entre el impulso y la sombra”. Eso le había hecho percibir que el camino de vuelta a una misma pasa por el de los otros. La violencia es una respuesta que impone el poder. La miseria del hombre actual se sustenta en la ignorancia de las causas y del objeto del sufrir, sobre todo en la inutilidad del sufrimiento. Aunque a veces la lucidez brota del dolor como el agua de un manantial, pero deja una angustia como ciega desazón que distorsiona el sabor de los sentidos, se vuelca hacia lo que es amargo y cubre de un manto gris al mundo iluminado e inocente que cobija a la humanidad. Es necesario que del Paraguay se desencanten el infortunio y el dolor. Tiene que existir en algún lugar un cielo más brillante y más azul. Beatriz retoma la calle Estrella y baja por Chile al costado del Panteón de los Héroes y santuario de Nuestra Señora de la Asunción. Cruza Palma y se instala en una mesa del “Lido Bar”, en la terraza. Pide un pastelito* y un vaso de jugo de naranja. Un niño le pide una moneda, mira su mano y niega con la cabeza. El niño se aleja por la vereda y Beatriz clava su mirada en el asfalto negro.
Gira la cabeza y en una mesa cercana a la suya, divisa al hombre del noticiero. Tien ele pelo casi sobre la nuca, se lo aparta detrás de las orejas, lee el diario y de vez en cuando toma su bebida. Es blanco, no impresiona lo fornido ni lo alto; masculino ni femenino. Impresiona su ambigüedad. Su belleza inclasificable. Ni feo ni bello. Beatriz siente que ha encontrado un espécimen atrayente. Un hombre lo saluda y conversa unos minutos con él. De nuevo retoma su lectura. Ella se saca los anteojos oscuros y sus ojos claros lo miran empecinados en desentrañar sus recovecos. Una tenue gota de sudor le recorre la frente. La piel blanca y transparente de Beatriz adquiere el grafismo de sus sinuosas venillas y arteriolas. Ella es alta. Su gran resistencia ante la depresión hizo que adquiriera hábitos y costumbres saludables. En ese aspecto, salir de paseo por diferentes lugares de la ciudad le permitió aprender a lidiar con sus conflictos. De pronto él la mira, se levanta y se marcha como si tuviera demasiada prisa, de golpe. Lo mira alejarse hacia la plaza y cruzar, Nuestra Señora de la Asunción hasta 25 de Mayo. Ahora su memoria le da la respuesta, es el hijo de Carlos Ordóñez, ya fallecido, como el libanés Cassiuff y Ortellado. Para ellos fue catastrófica la caída de la dictadura. La madre del joven, al quedar viuda, abrió una casa de modas con franquicia para la venta de los diseños exclusivos de Malui Bertucci. Él se dedica a escribir guiones de televisión y cine, como asimismo por esas circunstancias de incomprensibles del sub. empleo en el país, lee las noticias. Tengo buena vista, piensa ella. Paga la cuenta, se levanta, camina la misma vereda por Palma.
Una cuadra más abajo, se encuentra instalado el mercado dominguero de antigüedades. Mira los diferentes objetos. De pronto, llama su atención una caja de té, decorada con una pintura de relieve con detalles iridiscentes. El interior tiene dos compartimientos, el color es canela. Sintió fascinación por la caja y la compró. Pensaba en los arcanos que pudiera albergar esa caja. Era increíble cómo las circunstancias e historias de las personas se encontraban en algún punto inexplicable. Particularmente, no sentía ganas de atormentarse con hechos pasados. La vida vivida es aquella que fue honrada con decisiones propias. Trató siempre de vivir de acuerdo a sus principios y valores, tal cual había aprendido de su padre y de su abuela. Ese domingo se sentía particularmente contenta, Marga su compañera de colegio le había llamado por teléfono para contarle noticias de Nina. Por fin se verían otra vez. El pasado le parecía tan lejano, infinito y, sin embargo, habían pasado tres décadas desde que Nina huyó del Paraguay.
(Lourdes Talavera, Capítulo 28 de la novela: Sombra sin sosiego.Editorial Arandurâ 2009)
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